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Periodismo Narrativo

Entre Harlem y el Xincoyote asado

Cuando después de un par de semanas vi a mi madre no la reconocí, me quiso abrazar y yo me resistí, no fue sino hasta que dijo mi nombre y escuché su voz que supe que era ella”, Derian Luis.

 

El tema de la migración es sumamente recurrente en la cultura mexicana, es visto en películas, libros, canciones, es una cuestión latente y se ha vuelto parte importante de la sociedad de nuestro país. A pesar de esto, a menudo se percibe como un fenómeno de cuerpos, pero no de rostros, convertido en algo anónimo, lleno de cifras y no de nombres; solamente falta abrir un poco los ojos para darnos cuenta que la realidad es diferente.

Dinámica llena de cambios y adaptaciones forzadas por decisiones externas. Así es la historia de Derian Luis Mejía, un joven mexicano de 21 años, quien durante su niñez tuvo que cambiar las tardes de juegos con sus primos en las polvorientas calles de un pequeño pueblo de México por las luces de la ciudad que nunca duerme, Nueva York.

Él es el mayor de tres hermanos, todos ellos testigos vivientes de los movimientos migratorios en América del Norte (sus dos hermanos pequeños tienen la doble nacionalidad, son tanto mexicanos como americanos).

En la colorida casa con número 125, en el municipio de Ixmiquilpan, ubicado al centro del estado de Hidalgo, con poco más de 34 mil habitantes y donde la principal actividad económica se basa en el turismo de paso que se realiza durante el camino a un municipio cercano más concurrido, Tolantongo.

Los cuatro miembros de la familia Luis Mejía (mamá y tres hijos), como cada día, se reúnen alrededor de una mesa en la cocina que incluye sencillos arreglos florales hechos por la madre, al tiempo que la señora, de manera apurada, prepara la ensalada. La comida se presenta entonces como el hilo que enlaza culturas.

Por la puerta de la cocina aparece Derian, su andar es calmado, sus pequeños ojos castaños se esconden bajo un par de anteojos que suplen las debilidades de su vista. De primera instancia parece más un joven puertorriqueño que un chico oriundo de un pequeño municipio de México.

Su vestimenta proviene totalmente de los barrios neoyorkinos: tenis de basquetbol, jeans, una hoodie (sudadera con gorro) gris y una gorra de la NBA que perfectamente le servirían para confundirse entre una multitud en el barrio de Harlem o Brooklyn pero que, por el contrario, le hace sobresalir en México.

Su ropa le sirve de vinculo entre su presente y su pasado, “la gente de Nueva York estamos muy orgullosos de vivir ahí, es una cultura diferente”, expresa Derian mientras su tono de voz cambia al hablar de la ciudad norteamericana, “cuando nos preguntan a mis hermanos y a mi de dónde somos, respondemos que somos de Nueva York”. El término “nosotros” como vínculo, sirve de enlace entre le realidad y la nostalgia de tiempos pasados que se perciben mejores.

Su habla es pausada, se nota que a pesar de llevar varios años en México todavía le cuesta trabajo expresarse en español; le pregunto si prefiere que hagamos la charla en inglés, pero él dice que no, el español no es extraño para él, sin embargo, la lengua de Shakespeare se asoma en los tiempos, las expresiones y la pronunciación de algunas palabras.

Su infancia recrea la imagen de las familias donde el padre sale de casa para buscar mejores oportunidades laborales, mientras el hueco paterno lo llena la figura del abuelo, a quien recuerda con gran cariño y que, junto con la comida, fue una de las razones para volver a México.

El cambio

Cuenta que cuando recién comienza la primaria, a los 6 años, su madre decide reunirse con su padre, quien años antes salió de casa para buscar el sueño americano.

¿Cuándo deciden irse de México?

 – En realidad estuve poco tiempo aquí en México, me fui a los 6 años, me fui con mi madre; cuando me fui, éramos mi mama y yo; mi papa ya tenía dos años allá”, explica Derian.

¿Cómo pasaron la frontera?

A nosotros nos cruzaron como si fuéramos residentes o ciudadanos, a mi me separaron en la frontera de mi mamá, ella se tuvo que ir con otras personas y yo tuve que pasar con una familia que me hacía pasar como si yo fuera su hijo, de hecho a mi me tuvieron que cortar el cabello, me hicieron unos cuantos arreglos porque yo me parecía a su hijo, explica Derian mientras repasa en su mente lo ocurrido.

¿A dónde te llevaron?

 – Me llevaron a una casa, cerca de Phoenix, estuve viviendo con una familia en una casa, cerca de una semana y luego nos llevaron a Los Ángeles. Ya ahí en Los Ángeles tomamos un avión hasta Nueva York en donde nos reunimos con mi papá.

¿Tus padres habían hecho lo mismo?

 – No, mi papá y mi mamá tuvieron que pasar por el desierto con unos polleros, mis tíos que ya vivían allá los ayudaron con el dinero, aproximadamente unos tres mil dólares.

¿Eran gente experimentada en lo que hacían?

– Sí, la familia que los cruzó tienen a sus guías, sus puntos de reunión, usan camionetas para recoger a las personas y todos tienen una función que cumplir. Juntan a varias personas y hacen los viajes cada mes o menos.

¿Cómo es que tu mamá llega a Estados Unidos?

– Mi mamá intento cruzar primero como yo, con el pasaporte de alguien más, la descubren y la regresan, después intenta pasar por el desierto, pero la volvieron a agarrar. Al final volvió a intentar cruzar con la identificación de alguien más pero tuvo que cambiar totalmente de aspecto, cabello, ropa, todo, de hecho cuando me reúno con ella por primera vez no la reconocí, era otra persona totalmente, tenía yo seis años.

¿Qué tan drástico fue el cambio de un país a otro?

– Cuando llego a Estados Unidos fue un cambio instantáneo, yo venía de un pueblo chiquito de México, tenía 20 años que había llegado la luz y en Nueva York era algo que nunca había visto antes. Llegamos de noche y ver los edificios, las luces, los rascacielos; no estaba acostumbrado a que las luces iluminaran todas las calles.

¿Tuviste algún problema al comenzar la escuela allá? ¿el idioma tal vez?

– Llegué a estudiar la primaria, terminé la secundaria y una parte de la prepa, al principio me sentía raro, me reunía con mis primos que se habían ido antes, pero ellos hablaban entre ellos solamente inglés, eso me motivó a aprender el idioma porque yo quería participar en las conversaciones que tenían y cuando llegué no sabía lo que decían y solamente los miraba.

¿Hablan inglés tus padres?

– No, de hecho el trabajo se les dificultaba por el idioma, mi papá no lo habla, mi mamá lo entiende y lo habla un poco, tuvo que aprenderlo por la necesidad.

Una vez en Nueva York ¿en qué zona viven?

– Llegamos a la zona de Harlem, una zona predominantemente negra, afroamericanos o puertorriqueños.

 ¿Era peligrosa?

 – Era una zona peligrosa, en los edificios de enfrente teníamos pandillas que de repente se tiroteaban en la noche.

¿Vivieron algún episodio de violencia en Nueva York?

– Una vez íbamos llegando al apartamento de unos amigos de la familia, íbamos cruzando una subida junto a un rio cuando vimos como le dispararon a una persona que iba manejando, el tiro fue hacia la cabeza y su cabeza simplemente se fue hacia enfrente y el carro siguió su camino, yo tenía 10 u 11 años.

¿La violencia tuvo repercusiones en su vida?

– Fui parte de una pandilla, al principio yo era un niño bueno pero un día fui al baño y al entrar al baño un niño me suelta un golpe, ni siquiera lo conocía, lo alcancé a identificar. Saliendo fui a la dirección y hablé con la subdirectora, le dije lo que pasó, que no lo conocía pero sabía su nombre y que lo había visto en los pasillos. Después de eso, terminando clases, lo esperé y lo confronté, le pregunté ¿por qué me golpeaste? Y él me dijo, es que te confundí, lo empujé hacia una barda, él era más alto que yo pero no me importó, fue tanto mi coraje que lo golpeé; desde ese momento, atraje la atención de los compañeros problemáticos, se volvieron mis amigos, era una cierta manera de ganarme su respeto, si tu te defiendes, te ganas su respeto.

La añoranza

Durante sus primeros años en los E.E.U.U. la familia tenía muy arraigada la identidad mexicana, “yo defendía mucho la cultura mexicana y conforme el tiempo pasó, todo eso fue cambiando”, comenta Derian.

¿En algún momento comienzas a sentirte americano?

Cuando estaba a punto de regresar a México, yo sentía un cariño muy grande por Estados Unidos me sentía también parte de eso.

El regreso a México pensó que era algo fácil.

¿Qué pensaste al tomar la decisión de volver a México?

Al principio dije, si no me gusta, pues me regreso”.

Pero las cosas se dieron de manera diferente, ya que el plan era estudiar la preparatoria aquí e irse a E.E.U.U. porque México simplemente no le gustaba.

¿Cuál fue tu reacción al llegar a México?

Desde el primer día que llegué a México dije, no, no me agrada, si esto es la ciudad que será un pueblo.

Su madre asiente al mismo tiempo que bebe un poco de agua de limón de un vaso floreado, que anteriormente sirvió de veladora, una típica estampa mexicana.

Derian tenía entonces dos opciones, aferrarse al pasado o volver a empezar y cambiar las expectativas, demostrar que de éste lado del río los sueños también se hacen realidad.

¿En algún momento tuviste conflicto con la identidad?

Estando allá me sentía mexicano y estando acá me sentía americano, esta sensación de despertar y sentirte extraño en la tierra que te vio nacer, pero que no te reconoce es una sensación bizarra, no eres de aquí ni de allá, pero al mismo tiempo eres parte de ambas. Sin embargo, Derian trata de encontrar su lugar.

¿Qué es lo que más extrañabas de México?

Estando allá extrañaba algo de mi pueblo, describe Derian, mientras muerde una tortilla que recién calentó su madre.

La comida, por ejemplo, una tipo lagartija, se les conoce como xincoyote, y yo recordaba el sabor de niño porque una vez mi abuelo atrapó uno y la asaron y tenía un sabor rico, entonces yo extrañaba eso, esas comidas exóticas.

El Mexican Dream

 “Derian es un chico muy callado y sensible, pero dinámico y activo”. De ésta manera es descrito por Guadalupe Torres, coordinadora de una licenciatura en la Universidad de Ixtlahuaca en el Estado de México; “siempre está dispuesto a ayudar a sus compañeros para que mejoren su comprensión del inglés, tiene un gran futuro en el ámbito educativo”, complementa la maestra.

 ¿Qué elementos positivos haz obtenido de éstas experiencias?, le insisto a Derian.

Siento que pertenezco a ambas culturas porque nunca he negado el ser mexicano y nunca me he sentido menos por ese hecho, al contrario, siempre me he sentido orgulloso y ahora también me identifico con la cultura de Nueva York.

 ¿Se puede triunfar aquí en México?

– Sí, sin duda, aquí he encontrado mi lugar.

Y ese lugar lo ha encontrado en la docencia: “Me gustaría ser maestro de español para extranjeros o inclusive maestro de inglés allá o acá”, dice.

¿Hay algo en particular que extrañes de Estados Unidos?

– Sigo extrañando la comida, como se me antoja esto o aquello, por ejemplo la pizza, pero ya me siento feliz aquí, comenta mientras muestra una sonrisa aunque eso sí, reitera Derian, “siempre me sentiré neoyorquino”.

 

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