Varinia Barreiro Hernández luce como pavorreal cuando sale ante el público del circo, baila, se mueve con ritmo. Desde hace ocho años su vida ha sido itinerante; ella persigue sus sueños en una carpa que cada semana cambia de ubicación.
Son las ocho de la mañana y Varinia está por iniciar su día. Al final, habrá dado clases a 14 niños de diferentes edades, que cursan preescolar y primaria en el circo, habrá ensayado para perfeccionar cada uno de los pasos de baile, habrá cuidado cada detalle de su rostro; el maquillaje en los ojos, el rubor en las mejillas, los labios delineados y bien pintados para salir a escena y lucir con esplendor.
Todas las noches después de la función y antes de dormir, piensa en Nur, su hijo, a quien abraza aun en la distancia.
“Me gusta mi trabajo, pero lo más difícil es la ausencia”, dice Varinia. “Todos los días lo extraño, pienso mucho en Nur, hablamos por teléfono, y aunque a veces hay complicaciones porque falla la red, siempre estamos en comunicación”.
Para Varinia aún en la distancia hay cercanía, aún en la vida itinerante hay estabilidad. Ella ama a su hijo, así como ama perseguir sus sueños en una carpa de circo.
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El día es frío, es la mañana del sábado 13 de mayo y los niños comienzan a salir de diversos remolques, con su mochila en brazos se alistan para iniciar clases, la vida y el trabajo itinerante de sus padres no les permite llevar una educación escolarizada.
– ¡Buenos días! Comienzan a saludar en cuanto se reúnen en la parte trasera de la carpa, ahí los espera la profesora Varinia, uno de los 34 líderes para la educación con los que cuenta la delegación del Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE), en el Estado de México, y que brindan servicio en 32 circos; 29 están en diferentes puntos de la república y, tres más, en el extranjero.
Hoy sí llegaron los 14 niños inscritos para cursar el ciclo escolar, tres de ellos, faltan constantemente. Esta vez la escuela estará a un costado de los campos de futbol “San Juan” de la localidad de Xalatlaco, alrededor de una zona montañosa que forma parte de la cordillera del Ajusco.
Por falta de espacio en el terreno, las clases serán dentro de la carpa, en la parte trasera de las gradas, aunque la mayoría de veces acostumbran a que sea en la caja de un tráiler, donde ya está designado el espacio del pizarrón y de una biblioteca improvisada.
“Antes les daba clases de ballet a los niños”, dice Varinia. “Yo he dado clases, talleres, pero artísticos, yo sabía cómo tratar a los niños, pero nunca había enseñado a leer y escribir, ya después me enteré que CONAFE me iba a capacitar”.
Varinia tiene una beca por dar clases a los niños del circo, recibe 2 mil 400 pesos al mes, dinero que se suma a su sueldo semanal por bailar en las funciones del circo. “Es amor al arte”, dice Varinia. “Las ventajas son que el sueldo es seguro y estable”.
Es el primer ciclo escolar en el que ella entra al programa del Consejo Nacional de Fomento Educativo. Hace dos años comenzó a trabajar en el Circo Medina, ahí se enteró de CONAFE y su labor.
Varinia pensó que tener la escuela en el circo sería el espacio ideal para que su hijo viajara con ella y estar juntos. Sin embargo, el ciclo escolar no era lo que ella y Nur esperaban.
“Nur salía de clases y me decía que no le gustaba, que él deseaba seguir en el sistema escolarizado. Él quiere ser ingeniero en sistemas y consideraba que el profesor no le enseñaba lo suficiente. Por eso, todas las tardes lo ponía a hacer trabajos extras”, dice.
Al finalizar el ciclo escolar, el profesor decide abandonar CONAFE y ella comenzó a darle clases a los niños.
“Económicamente sí es un ayuda, pero también es bueno para mí, a mí me gusta”, dice Varinia. “El día que ya no les dé clases aquí buscaré otros proyectos educativos”.
En la clase, la maestra insiste en que es importante que las personas persigan sus sueños. Les dice que si quieren ser artistas deben entrenar, porque quizá eso los lleve a viajar por distintos países, pero también es importancia que estudien, para tener una buena cultura general.
La profesora Varinia camina entre las tres mesas donde están sus alumnos de prescolar y primaria. Les explica en clase como lo hacía con su hijo todas las tardes, después de que Nur regresó a vivir con su abuela, en la Ciudad de México, para estudiar la secundaria en un sistema escolarizado y seguir con el objetivo de ser ingeniero.
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Varinia y Nur caminan juntos, ambos tienen la mirada de soñadores, son delgados y de tez blanca. Ella tiene 33 años y él 12. Esta vez podrán pasar el fin de semana juntos. Aún con su vida itinerante, ella ha logrado mantener estabilidad en la relación con su hijo, hablan como amigos, es su momento, están el uno para el otro.
Él no deja de hablar, le pregunta a su mamá si podrán adoptar otro perro, le dice que le gusta la fotografía, los drones, e insiste, en que quiere ser ingeniero. En su recorrido los acompaña, Zapata, un schnauzer que vive en el motorhome de Varinia.
“A mí siempre me ha gustado que Nur defienda lo que piensa”, dice Varinia. “Le enseñé a hacer su desayuno, ahorita hasta cocina sushi. Siempre busca la forma de aprender lo que le interesa, si tiene dudas ya me dice, yo le cuento lo que sé y él sigue investigando”.
A Varinia le gusta ser itinerante, trabajar en circos le ha permitido conocer distintos municipios de entidades como Tlaxcala, Michoacán, Querétaro, entre otros.
“El primer proyecto en circo sí me convenía monetariamente”, dice Varinia. “Era chiquito, pero, aun así, sí me convenía. La empresaria del circo se llama, Yudid Fuentes, un excelente ser humano. Me gustó que el contrato fue de palabra y la palabra se cumple”.
Durante estos ocho años, para Varinia lo más difícil ha sido sentir las ausencias y la distancia entre ella y su hijo: “Yo creo que lo más difícil es cuando extrañas a alguien”, dice.
Ella persigue sus aspiraciones, por eso también estudia en línea la licenciatura en Diseño y Comunicación Visual por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y aunque en ocasiones hace pausas, no deja de tener nuevos proyectos.
“Me gusta el circo”, dice Varinia. “Pero todo el tiempo tengo etapas en las que me despido de él, después, regreso el camino acá por casualidad, a veces siento que es el circo el que quiere que esté aquí. Me gusta, es algo que ya conozco, pero a veces sí quisiera ordenar mi vida para regresar a mis andares comunes y con Nur”.
Varinia baila, se pierde un instante, sabe que el circo es parte de sus sueños, desde la mañana en la que se levanta y da clase a los niños, hasta el anochecer cuando aparece en la pista.
Los aplausos de las personas del público siguen el ritmo de la música, Varinia sigue bailando, después dirige la mirada hacia cada una de ellas y recuerda que forma parte de las aproximadamente 15 familias que viven en el circo. Sabe que el circo ya es parte de ella, que el movimiento y la vida itinerante son su equilibrio.
— ¡Tercera llamada, tercera llamada! – repite el presentador. Varinia sale entre la cortina roja que está al fondo del escenario, sonríe, junto con dos compañeras más les da la bienvenida a los asistentes. Payasos, malabaristas y acróbatas se preparan para iniciar la función de las 6:30 de la tarde, hoy en Xalatlaco, ubicado al suroeste de la capital mexiquense.
Los aplausos de las personas del público siguen el ritmo de la música, ella continúa el movimiento y dirige la mirada hacia cada uno de ellas.
Después de unas horas, las funciones del día están por terminar, todos los que formaron parte del espectáculo pasan a la pista y se despiden del público. La obscuridad de la noche ilumina el cielo, ella sale de la carpa y piensa en Nur, su hijo. Suspira.
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