En el gobierno de Enrique Peña Nieto el territorio mexicano es una trinchera infranqueable para miles de migrantes centroamericanos que tratan de llegar a los Estados Unidos, pues entre 2011 y 2014 aumentó en 93.1 por ciento el número de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños que fueron ingresados a estaciones migratorias.
Aun así la migración del sur no para, busca otras rutas o retarda su paso por México. Es mayor el hambre y necesidad de miles de centroamericanos que deciden tomar la ruta de al menos 4 mil kilómetros para cruzar el territorio mexicano, donde los esperan asaltos, extorsiones, secuestros y violaciones, sin embargo, la insistencia de sobrevivir les impide detener su marcha hacia norte.
“Es un camino sin destino, donde haya oportunidad daremos el brinco”, expresa el hondureño Luis Alfredo Rosales mientras bebe agua en la casa del migrante ubicada en la comunidad de Bojay, municipio de Atitalaquia, Estado de Hidalgo.
De cuando en cuando sus ocasionales compañeros de viaje se tienden sobre la ardiente vía para escuchar la proximidad de “La Bestía”, han esperado todo el día, no pasa o corre muy aprisa haciendo imposible abordarlo.
En el quicio del albergue, protegido de los rayos solares que caen sin piedad, Luis Alfredo evoca los demonios de los que huye, aunque para hacerlo deba vivir un infernal viaje entre rieles y vagones.
“El Presidente que tenemos en Honduras sólo sirve para robar, tiene destruido el país, las personas de más de 35 años ya no pueden trabajar, se quitó el trabajo permanente y ahora todo es temporal, dos meses y tienes que esperar para otro trabajo.
“Honduras tiene mucha gente ignorante, están comiendo lodo y están alabando a ese demonio, es triste no poder ni comer en tu país, no estamos aquí por picaros, sino por la necesidad de darle un pan a nuestros hijos”, indica Luis Alfredo, quien en su país trabajaba de motorista con un ingreso mensual de 5 mil lempiras, equivalente a 2 mil 500 pesos mexicanos.
Las alternativas del hondureño eran salir de su país o convertirse en delincuente para mantener a sus cinco hijos que se quedaron a cientos de kilómetros.
Diezmados
Hace 20 días partieron de San Pedro Sula, Honduras, hoy no queda ni una docena del grupo, que a bordo de un autobús, alcanzó la frontera de Guatemala y México; ahí empezaron los retenes y operativos que dispersaron al grueso de los migrantes.
Agrupaciones de voluntarios y especialistas en el tema de migración han documentado que a partir de octubre de 2014, cuando se instrumentó el Plan Frontera Sur (PFSS) aumentó la vigilancia en la frontera sur de México, lo cual dificulta que los migrantes suban a los trenes.
“Funciona como un muro de contención. Están provocando que no veamos la migración, los alejan de la ayuda y los obligan a buscar nuevas formas de avanzar, pero no van a parar”, declaró el sacerdote Alejandro Solalinde, responsable del albergue “Hermanos en el Camino” de Ixtepec, Oaxaca, para la publicación “En el Camino” en su edición del 2 de marzo de 2015.
Las cifras oficiales confirman la declaración. De acuerdo con la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación, entre 2011 y 2014 el número de migrantes salvadoreños, hondureños y guatemaltecos ingresados a estaciones migratorias de México creció de 61 mil 334 a 118 mil 446, es decir, 57 mil 112 más -93.1 por ciento-.
En 2015 la tendencia sigue a la alza, pues la dependencia federal reporta que en el periodo de enero a mayo de este año se ha ingresado en estaciones migratorias a 74 mil 874 ciudadanos de Honduras, El Salvador y Guatemala, los tres países centroamericanos de donde proviene el grueso de la migración de esta región. Esto significa que en los primeros cinco meses del año se ha registrado el 63.2 por ciento de la migración detectada en 2014.
Información de la Secretaría de Gobernación indica que los migrantes “ingresados” son aquellos que no acreditaron su condición migratoria y en porcentajes superiores al 90 por ciento son deportados o regresados a sus países de origen.
A ese muro de contención se enfrentaron Luis Alfredo Rosales y el resto de los hondureños que lograron llegar al municipio de Atitalaquia, son afortunados, pues en esta zona hay menos vigilancia de migración y delincuencia contra ellos, aunque por precaución evitaron la casa del migrante que administra la Diócesis de Cuautitlán en el municipio de Huehuetoca, ya que la consideran un área más “caliente” por la presencia policíaca y de posibles asaltantes.
Los hondureños relatan que atrás quedaron el resto de sus compañeros, por quienes ya no pudieron volver.
“Eran como cinco o seis retenes allá de Chontalpa para acá, federales y de migración, veníamos como 200, pero nos persiguieron, haga de cuenta un retén en este crucero, otro allá; la gente con miedo se tiró para una montaña, veníamos de Tabasco, Tenosique, el tren se vino y los dejó tirados allá, nosotros pasamos escondidos”, dice José Nahúm.
Muestra una deteriorada fotografía de él y su madre, los rostros apenas se distinguen entre decenas de cuarteaduras del papel, ambos sonríen en la imagen. Es la memoria que refresca ante el abrasante calor que se siente en esta región de Tula, que para los migrantes es la mitad del camino, pues ya han saltado los estados de Chiapas, Tabasco y Veracruz; territorios que son la principal muralla para la migración del sur.
“Mira es mi mamá”, señala José mientras comenta la forma en que brincaron las revisiones de las autoridades migratorias, “hay vagones que traen hoyos, ahí nos escondemos, migración sólo revisa que los vagones vengan vacíos”.
“Este Presidente mexicano está poniendo mano dura con los pobres ilegales, el emigrar no es un delito, es por necesidad, pero ahora cuando viene el tren y nos ve, le jala más rápido”, agrega Luis Alfredo Rosales, quien pregunta si la entrevista es para “ayudar o destruir” al migrante.
Travesía
Entraron por Tenosique, Tabasco, de ahí en tren, caminando y burlando retenes tomaron para Palenque, Chiapas, luego a Chontalpa para llegar a Tierra Blanca, Veracruz, de ahí la ruta enfiló para el altiplano mexicano pasando por Córdoba, Orizoba, Apizaco, Lechería, Huehuetoca, en el Estado de México, y Bojay, en Hidalgo, de donde iniciarán la última parte de su viaje para llegar al norte del país.
A la sombra de un mezquite el cansancio de andar sobre los durmientes parece esfumarse momentáneamente, pero sus rostros lacerados por el sol, los pies lastimados de caminar una ruta que no termina, y la sombra del hambre que los acompaña a cada paso revelan la frase que ellos mismos repiten.
“Esta canija la vida para el mojado, más cuando está lloviendo”, dice Rodrigo Eduardo Estrada, mientras bromea afirmando que viste ropa Gucci, pues desde que pisaron suelo mexicano comenzaron una travesía de caridad, sin dinero, sin alimentos, viviendo de la ayuda que reciben de los mexicanos, después de que otros mexicanos les quitaron prácticamente todo.
“Entrando a México los federales te quitan todo, son una bola de picaros, no son seguridad, y la migración hace operativos para que la gente corra hacia donde están los picaros de México, como que están hablados con ellos, ahí en Chontalpa migración los corre hacia unos limonares y ahí están secuestrando a la gente”, dice Luis Alfredo Rosales.
“Después hay que charolear”, afirman los migrantes, quienes en esta zona de Tula acostumbran pedir ayuda en las carreteras mostrando billetes de su país para comprobar que son centroamericanos.
Cuando el hambre arrecia se atreven a pedir comida en viviendas y negocios, otros van más lejos al solicitar un trabajo temporal, la mayoría continúa aunque también algunos logran quedarse.
En esta región, que forma parte del Valle del Mezquital, los migrantes encuentran un descanso, pues aunque todavía despiertan miedo entre algún sector de la población, la mayoría les ayuda y en las iglesias se recolectan víveres y ropa para que continúen su trayecto.
Sin embargo, ahora los centroamericanos ya no son tan visibles, los trenes pasan sin ningún migrante a la vista, son más precavidos, aunque siguen llegando, afirman los vecinos de las comunidades hidalguenses.
Los oasis para los centroamericanos son las casas de los migrantes, que congregaciones religiosas o voluntarios mantienen abiertas a lo largo del camino, pues los migrantes no confían ni en el Grupo Beta, que para ellos termina siendo una vía más para ser deportados.
“Un saludo a todas las personas que nos ayudan donde descansamos, gracias a ellas por darnos un taco, gracias primero a Dios porque les da corazón”, expresa José Nahúm.
La Migración que Regresa
El trepidar de la tierra anuncia la proximidad del tren frente a la casa del migrante de Huehuetoca, Estado de México; ahí una pareja de hondureños esperan a la máquina que transporta combustible en gigantescos cilindros.
El hombre ensaya la forma de agarrar la escalerilla que rodea a las gigantescas salchichas de color negro, hace un primer intento midiendo impulso, distancia y tiempo, calcula, está listo, por momentos roza el metal, pues la buena suerte le acompaña y el tren aminora su marcha.
Pero no sube, atrás la mujer se queda inmóvil como si el estruendo de “La Bestía” la hubiera paralizado, los últimos vagones pasan frente a sus ojos y quedan al descubierto nuevamente los durmientes y la vía que siguen rechinando tras el paso de las toneladas de hierro.
“No subimos por ella, yo como fuera lo trepo”, dice el hondureño, mientras señala a la mujer.
Sin embargo, por una maniobra el tren se detiene cuando pensaban perderlo de vista. “Paró”, grita la mujer, lo que parece ser una señal para que ambos corran a toda velocidad para recorrer el kilómetro que los separa de la máquina de hierro, a la que treparan minutos más tarde ante la mirada cómplice de los pastores de borregos que andan en esta zona.
Esta es la migración que busca cualquier resquicio para continuar, no importando que retarden su estancia en México o que incluso sean deportados.
Rodrigo Eduardo Estrada también viene de Honduras, para ser exactos de la municipalidad de El Porvenir, en el departamento de Francisco Morazán.
Ya estuvo siete años trabajando en Estado Unidos, en distintos lugares como Virginia, Washington, el Norte de Carolina, principalmente en el ramo de la construcción.
“Ganaba bien, pero no ahorraba, eso fue lo malo, a la semana estaba ganando 900 dólares, después fui aprendiendo y ganaba mil 400 dólares la semana, pero trabajaba machín, ningún día descansaba”, recuerda.
Por un incidente con la policía fue deportado en 2012, y a partir de ese año ya suma cuatro intentos para volver a Estado Unidos.
“La hecho dos veces, pero me han agarrado adentro cuando voy en el camión para mi destino, me sacan luego, luego”, expresa el hondureño de 26 años de edad.
Ahora su destino es Virginia, donde ya tiene un contacto que le espera para darle trabajo e incluso regularizar su estancia en Estados Unidos.
En Honduras dejó a sus padres y a su novia embarazada, aunque en Kansas ya está trabajando una tercera parte de su familia.
La mayoría de sus compañeros acumulan un record similar de deportaciones, lo cual les hace conocer rutas y establecer contactos, aunque admiten que cada intento es distinto, más por el cierre de las fronteras en México y Estados Unidos.
“Lo que diga Dios, es el único que nos puede ayudar”, dice Rodrigo Eduardo.
Otros intentan su primer ingreso a Norteamérica, viaje que puede tardar un mes, siendo la zona de Hidalgo y el Estado de México la mitad del duro camino al norte.
“Dice la gente que aquí es la mitad, aquí está más tranquilo, te puedes quedar en la calle y no pasa nada”, afirma José Bautista, quien viaja con su esposa Naomi Carmona. A estas alturas del viaje ya no traen ni sus papeles de identificación.
“En Orizaba un grupo de personas se subieron al tren y si no pagábamos nos tiraban del tren, son duros esa gente”, señala.
Bautista trabajaba en la maquila, pero ganaba 60 lempiras diarias, que significarían 30 pesos mexicanos, insuficientes para darles el sustento a sus cuatro hijos que dejaron en Honduras.
Naomi está sentada junto a dos abultadas mochilas, pero todo lo han conseguido en el trayecto que han preferido hacer solos, sin juntarse con otros migrantes para no ser presa fácil de algún operativo o de la delincuencia organizada.
“La idea no es alejarse mucho de las vías o pasar a las casas del migrante y esperar que el tren no pase duro, porque si no hay que esperar dos o tres días, pero vamos a llegar”, indica José.
20 Migrantes cada Hora
Durante 2015 cada hora han ingresado a territorio mexicano 20 migrantes procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador, de acuerdo con los registros de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación.
El reporte correspondiente al periodo de enero a mayo de 2015 indica que en total fue registrado el ingreso de 74 mil 874 ciudadanos de dichos países, que representa el 98.9 por ciento del total de la migración procedente de Centroamérica.
Esto significa que cada mes pisaron suelo mexicano 14 mil 974 hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, es decir, 499 cada día y 20 migrantes cada hora.
Dichas cifras corresponden a los centroamericanos que prácticamente fueron detenidos por las autoridades, al ser “ingresados” a las estaciones de migración, sin embargo, faltaría conocer la cifra negra de los migrantes que logran saltar el cerco y llegan hasta la frontera con Estados Unidos.
Del total de centroamericanos detectados la mayoría corresponden a Guatemala con 34 mil 816, seguido de Honduras con 25 mil 880, y de El Salvador provenían 14 mil 178.
De otros países de Centroamérica la migración es marginal, pues de Belice, Costa Rica, Nicaragua y Panamá, en el mismo periodo, sólo se detectó a 777 migrantes.
La migración total de Centroamérica, incluyendo a estos cuatro últimos países, suma en 2015 un total de 75 mil 651, lo cual a su vez representa el 93.7 por ciento del total de migrantes que llegaron a México de otros continentes o regiones del mundo.
Destaca que los estados sureños de México son la principal trinchera que deben saltar los migrantes centroamericanos, pues de enero a mayo de 2015 en Chiapas fueron presentados ante la autoridad migratoria 32 mil 363 hondureños, salvadoreños y guatemaltecos.
En Veracruz se detectó a otros 15 mil 49 y en Tabasco a 9 mil 232. En el resto de los estados la cifra es menor, aunque en cuarto lugar está Tamaulipas con el registro de 2 mil 317 migrantes de esos países.
Los migrantes son “ingresados” en estaciones migratorias por no acreditar su situación legal, según la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación.
Banco de Datos: Extranjeros alojados o presentados ante la autoridad migratoria:
Origen | 2011 | 2012 | 2013 | 2014 | 2015 (enero-mayo) |
El Salvador | 9 mil 98 | 12 mil 397 | 14 mil 610 | 23 mil 131 | 14 mil 178 |
Guatemala | 32 mil 896 | 40 mil 60 | 31 mil 188 | 47 mil 794 | 34 mil 816 |
Honduras | 19 mil 340 | 28 mil 892 | 34 mil 110 | 47 mil 521 | 25 mil 880 |
Subtotal de los tres países | 61 mil 334 | 81 mil 349 | 79 mil 908 | 118 mil 446 | 74 mil 874 |
Total Centroamérica | 62 mil 186 | 82 mil 161 | 80 mil 757 | 119 mil 714 | 75 mil 651 |
Total de extranjeros migrantes (todos los continentes) | 66 mil 583 | 88 mil 506 | 86 mil 298 | 127 mil 149 | 80 mil 693 |
Fuente: Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación.
Centroamericanos devueltos o deportados:
País | 2011 | 2012 | 2013 | 2014 | 2015 |
El Salvador | 8 mil 820 | 12 mil 725 | 14 mil 586 | 19 mil 800 | 12 mil 76 |
Guatemala | 31 mil 150 | 35 mil 137 | 30 mil 231 | 42 mil 808 | 31 mil 136 |
Honduras | 18 mil 748 | 29 mil 166 | 33 mil 79 | 41 mil 661 | 22 mil 692 |
Total | 58 mil 718 | 77 mil 28 | 77 mil 896 | 104 mil 269 | 65 mil 904 |