En los subterráneos del Metro de la Ciudad de México un grupo de hombres y mujeres dan un ejemplo de vida, pues con la luz de su fe dan color a una realidad marcada por las carencias, incertidumbres y destinos fallidos.
Son los protagonistas de una batalla que iniciaron en desventaja, pero que a diario remontan para sonreír en la oscuridad, recreando cada paso, iluminando el presente con la esperanza que resulta de quien ha vencido sus limitaciones físicas.
Los comerciantes, masoterapeutas y cantantes invidentes, que trabajan en las distintas estaciones del Metro de la Ciudad de México, son el doloroso recordatorio de la distancia, que existe en nuestro país, para alcanzar un verdadero modelo de inclusión para las personas con alguna discapacidad.
En el Distrito Federal, que destacaría al ofrecer el mejor de los escenarios de entre los peores que se ciernen sobre los invidentes, se ha instrumentado el programa de reordenamiento para que la mayoría de los trabajadores invidentes del Metro realicen su actividad de forma legal.
Sin embargo, los apoyos parecen paliativos que no solucionan y sólo condenan a una diaria supervivencia de este sector de la población. De inicio el permiso para estos trabajadores es temporal, y en cualquier momento puede revocarse, aunado a que las condiciones en las cuales trabajan son desiguales, comparados con los comerciantes normo-visuales, quienes continuamente abusan de los primeros.
En el fondo la opción que les da la autoridad capitalina ilustra la verdadera inequidad que padecen las personas discapacitadas, pues ante la falta de un modelo de inclusión se opta por encasillarlos en ciertas actividades laborales que cancelan alguna otra alternativa profesional.
También resulta preocupante que un alto porcentaje de los trabajadores invidentes del Metro de la Ciudad de México sean originarios y vecinos del Estado de México, lo cual advierte que la migración de estas personas es detonada por las nulas oportunidades en los municipios mexiquenses. Configurando así una problemática metropolitana que no es vista, o al menos no es reconocida públicamente, por las autoridades de ambos gobiernos.
En esta penumbra gubernamental es oportuno girar los reflectores hacia la Ley para la Protección, Integración y Desarrollo de las Personas con Discapacidad del Estado de México, que fue aprobada el 15 de agosto de 2012, y que recién entró en vigor el primero de enero de 2015.
La aplicación de esta Ley será vital para determinar si existen elementos que nos conduzcan a un verdadero modelo de inclusión para los discapacitados, pues esta normatividad apuesta a que este sector de la población tenga acceso a todos los niveles de educación y le garantizaría, en teoría, el encontrar empleos dignos.
Si bien apenas comenzarán a correr los plazos para integrar las instancias, registros y sistemas gubernamentales de atención a los discapacitados, el reto es mayúsculo a la luz de la problemática que diariamente enfrentan quienes se ganan la vida entre laberintos de rieles y estruendos de vagones.
Caminando entre la ceguera social
En pasillos, andenes y vagones del Metro de la Ciudad de México un grupo de hombres y mujeres caminan entre sombras, pero a cada paso iluminan la conciencia de una sociedad y gobierno que suelen no verlos.
Son los comerciantes, masajistas y artistas invidentes que han hecho de los tumultos y remolinos humanos su espacio de sobrevivencia, donde las limitaciones se pierden entre la ceguera social y paliativos gubernamentales que a futuro no les garantizan un mejor nivel de vida.
La mayoría de estos invidentes fueron catapultados por la necesidad económica a los vagones del Metro, donde su primera actividad fue «la cantada» y posteriormente la venta de discos compactos.
La Asociación Mexicana por el Trato Humano, Social, Material y Cultural de los Invidentes y Débiles Visuales indica que el comercio informal de los invidentes en el Metro comenzó desde 1972, cuando la primer persona ciega rompió el silencio para tratar de subsistir económicamente.
De ahí vino una avalancha en 2004 de los llamados «vagoneros», comerciantes invidentes que de inmediato empezaron a ser competencia para los otros vendedores ambulantes, además de vivir en continuo enfrentamiento con las autoridades.
La tensión llegó al extremo el 5 de mayo de 2005, cuando en estaciones como Gómez Farías, Merced y Pino Suárez, personal de seguridad y vendedores normo-visuales despojaron a invidentes de su mercancía y dinero.
A la fecha dicha Asociación ya logró avances parciales para sus poco más de 300 miembros que trabajan en las líneas del Metro, con excepción de la 2.
En el interior del Metro fueron habilitados 9 consultorios de masajes, y está pendiente uno, mismos que son atendidos por invidentes. Adicionalmente los comerciantes pueden vender distintos productos como agua, botanas, dulces y pan en 118 pequeñas alacenas o «tarimas» ubicadas en los pasillos, donde se organizan turnos para atenderlas; además de existir presentaciones de cantantes y músicos invidentes en horarios y días programados previamente.
Las estaciones donde hay consultorios de masajes son las de Cuauhtémoc, Tacubaya, Tacuba, Cuitlahuac, Lázaro Cárdenas, Patriotismo, Copilco, Eugenia, Pantitlán, y falta el de Zaragoza.
Sus ingresos diarios dependen de la ubicación de sus puestos, pero fluctúan entre los 100 y 400 pesos para el caso de los comerciantes.
Carencias
El avance alcanzado parece diluirse ante la creciente demanda de empleo de los invidentes. El secretario general de la citada asociación, Javier Amado Romualdo, explicó que unos 240 invidentes se distribuyen en las alacenas o mesas de venta, pero siguen llegando más al Metro.
«Sigue creciendo la demanda, porque los mismos compañeros quieren refugiarse aquí, pero al ya no tener condiciones de cómo colocarlos ya no podemos, pero se está buscando la forma», indicó.
Otro carencia es la seguridad, pues los puestos de los comerciantes invidentes están hechos para los llamados normo-visuales, y no para quienes tienen esta limitación.
«Nos han robado en las mismas mesas, tenemos cajones pero esos mismos los han roto y se han llevado la mercancía de los compañeros, y ahora el problema también es con los comerciantes pasilleros, hemos tenido amenazas de muerte y han existido agresiones físicas y verbales, porque ellos tienen el coraje que a nosotros sí nos dejan trabajar», puntualizó.
Amado consideró lo que ideal sería contar con módulos especiales para la venta de productos, a la par de garantizar que los comerciantes normo-visuales los respeten.
A ello se suma que los permisos otorgados a los trabajadores invidentes no son definitivos, pues en cualquier momento pueden ser revocados por las autoridades del Distrito Federal.
Además de los integrantes de la citada asociación existe otro grupo de comerciantes invidentes, que en un principio no aceptaron la regularización y están en vías de llegar a un acuerdo con la autoridad, no obstante, aún persisten comerciantes ciegos que se arriesgan a vender sus productos en los vagones del Metro.
Salud incierta
Trabajar en los ríos humanos que se transportan sobre rieles también es una labor de alto riesgo, pues un alto número de invidentes padecen diabetes y no cuentan con ninguna asistencia sicológica.
«Hay mucha gente que en su momento estuvo al grado del suicidio, gente que ahora es muy huraña o recia en su carácter, son gente que necesita un apoyo sicológico», indicó Amado.
La diabetes deriva en parte de los malos hábitos alimenticios de quienes antes trabajaban en los vagones del Metro.
«Un 40 o 50 por ciento de nosotros somos diabéticos, cuando estábamos trabajando en el vagón si empezábamos a las 7 de la mañana, pues salías a comer a las 10 o 12 del día, de acuerdo a como tuvieras dinero.
«Ahora en las mesas tratamos de comer mejor, pero terminas comiendo lo que puedes», explicó.
Para enfrentar esta problemática los invidentes del Distrito Federal cuentan con la gratuidad en servicios de salud que ofrece el gobierno capitalino, mientras los provenientes del Estado de México utilizan la póliza del seguro popular.
Destino cancelado
Entrevistado en las oficinas de su asociación, ubicadas en la colonia Guerrero del Distrito Federal, Javier Amado coincidió en que las alternativas laborales que ellos han encontrado deberían ser en realidad su último recurso, pues no debería aceptarse que una persona invidente sólo pueda dedicarse al comercio, masajes o a cantar.
«Se lo hemos planteado al gobierno, quién nos preguntó en qué podíamos trabajar, al inicio del programa lo dijimos y se presentaron tres curriculums de nuestros integrantes para que los emplearán en otras actividades y ninguno se aprobó», señaló.
Tal situación deriva de que a nivel nacional tampoco existe una política de inclusión para las personas con alguna discapacidad.
El secretario general refirió que los invidentes podrían dedicarse a otras actividades profesionales, pues en su asociación hay carpinteros, eléctricos o plomeros, pero la misma sociedad no les tiene confianza para encargarles algún trabajo.
«Es lamentable y triste, sí tenemos compañeros que tienen una carrera y se pueden colocar, pero son muy pocos los que están trabajando en otra parte, se habla tanto de una inclusión que a la fecha no se ha visto como tal», afirmó.
Comentó que los distintos gobiernos pueden instrumentar programas sociales con cierta temporalidad, pero no existe una continuidad para garantizar un mejor nivel de vida para los invidentes.
«Deben crearse programas para el desenvolvimiento de las habilidades de las personas, no programas donde se den talleres de hidroponía o tejido y todo quede ahí, lo que se requiere es que una vez con mis productos pueda comercializarlos y expandirme», indicó.
El ideal de todo invidente, concluyó, es no ser una carga para nadie, ni requerir apoyos constantes, sino el convertirse en una persona productiva.
El presidente de la asociación, Pedro Ariel Ortega, consideró que a los invidentes les faltan oportunidades educativas, servicios sociales, alternativas laborales y programas de vivienda.
«Todos llegamos a los vagones porque no tuvimos otra alternativa ante la necesidad económica, yo lo último que quería era meterme al Metro, ya sea por la vergüenza, desconocimiento o miedo, pero lo tuve que hacer», acotó.
Entre los trabajadores invidentes también existe un alto porcentaje con baja formación académica.
Algunos prácticamente saltaron de la primera o secundaria a los vagones por la tremenda situación económica que se vivió en las décadas de los setenta y ochenta.
A la distancia los representantes de los invidentes aclararon que siempre existirán oportunidades laborales para ellos y ejemplos a nivel internacional abundan, como es el caso de España, donde los ciegos manejan la Lotería Nacional, además de dirigir estaciones de radio y televisión.
A ciegas
El integrante del Consejo Ciudadano para la Prevención y Eliminación de la Discriminación de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México, Luis Roberto Ortiz Ortega, explicó que en materia de atención a personas discapacitadas se «está trabajando a ciegas», pues no existe una política que verdaderamente genere su inclusión a la sociedad.
«Un modelo de inclusión lamentablemente no existe, todo se ha ido llevando a través de estrategias o de programas que buscan solventar estas fracturas que hay nuestra sociedad.
«Solamente estamos sacando programas a lo que el gobierno piensa que hace falta y eso es lo erróneo, estamos trabajando a ciegas, (por ejemplo) sacamos libros en braille, pero ni siquiera sabemos si están correctos o no, o si se están llegando a las personas que lo necesitan», apuntó.
Detalló que la inclusión implica los aspectos académico, laboral, social y económico, lo cual es muy distinto a otorgar apoyos a los discapacitados, con lo cual únicamente se le está garantizando su sobreviviencia.
El especialista agregó que un modelo de inclusión debe comenzar con la atención a la familia del discapacitado, con el fin de capacitarla y orientarla, para después crear herramientas adecuadas que garanticen la educación de cualquier discapacitado, con miras a convertirlo en una persona independiente.
«Y que no se les encasille, que las personas ciegas váyanse a masoterapia, con discapacidad intelectual váyanse a hacer pan, las sordas a los bancos; sino que realmente se les ofrezca educación para que se puedan desempeñar laboral y educativamente», indicó.
Comentó que otro gran porcentaje de personas discapacitadas viven recluidas en sus respectivas casas, pues sus familias no encuentran más alternativa que la sobre protección.
Invidente desde la infancia, Ortiz recordó que a nivel internacional existe la normatividad que deriva de la Convención para las Personas con Discapacidad, mientras en México existen leyes contra la discriminación y de atención a este sector, sin embargo, tampoco garantizan su verdadero desarrollo.
La ruta mexiquense
Sin alternativas laborales y económicas en territorio mexiquense, invidentes de municipios del Estado de México engrosan las filas de los comerciantes, masajistas y cantantes que luchan por la vida en los subterráneos del Metro de la Ciudad de México.
Estadísticas de la Asociación Mexicana por el Trato Humano, Social, Material y Cultural de los Invidentes y Débiles Visuales indican que un 70 por ciento de estos trabajadores son de municipios mexiquenses como Tlalnepantla, Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan, Lerma, Texcoco y Amecameca, entre otros.
La diaria migración de los invidentes implica recorridos de hasta 3 horas para llegar a los pasillos del Metro, sin embargo, de quedarse en sus respectivas demarcaciones no tendrían los ingresos que logran en los subterráneos.
Cecilio Gutiérrez Morales todos los días apura el paso para ganarle al alba y salir a las 5 de la mañana de su pueblo, San Pedro Tultepec, municipio de Lerma. Una hora después ya se encuentra en los tumultuosos pasillos del Metro, rutina que ha realizado durante los últimos 13 años.
«Allá no tenemos Metro y el sueldo es muy bajo», advierte al preguntarle si optara por trabajar en su terruño.
Hace memoria y recuerda que ningún Gobernador del Estado de México ha logrado generar empleos efectivos para las personas discapacitadas. En lo urgente y apremiante también considera que los hijos de mexiquenses con estas limitaciones deberían ser becados.
«Mi hijo va a la preparatoria, mi hija a la secundaria, no nos alcanza el dinero», señala, al recordar que en 2009 trabajó en el Ayuntamiento de Toluca, pero sólo cobraba migajas.
«Aquí hay de todo, bueno y malo, pero en el Estado de México está nada más lo malo, pues si voy al parque industrial de Lerma, qué me pueden ofrecer», cuestiona.
Su pueblo es famoso por la venta de muebles y él es de oficio carpintero, pero la falta de confianza de sus posibles clientes le hicieron dejar el martillo y la cinta métrica.
Con el 55 por ciento de visión y de 43 años de edad, para Don Cecilio el comercio ha sido su vida, actualmente está casado y tiene dos hijos, lo cual es su motivación principal para hacer camino al andar.
«Aprovecen si tienen todos sus miembros y sentidos al 100», dice mientras decenas de usuarios del transporte colectivo pasan frente a su puesto, algunos dirigen una rápida mirada e inmediatamente se pierden en la multitud.
Las enfermedades crónicas tampoco son obstáculo para que los mexiquenses invidentes arriben a este sitio, como es el caso de Guadalupe Beatriz Otañez, de 42 años de edad, quien trabaja hasta que ya no aguanta los dolores de su cuerpo.
Ella aclara que pese a todo prefiere salir y hacer un periplo de hora y media para llegar al Metro. De quedarse en su casa siente que «se acaba», pues vive con la diabetes desde hace 14 años.
«Vivo en Ixtapaluca, desde hace ocho años trabajo aquí, primero en los vagones y ahora en las mesas, todos los días me levanto temprano, a veces me vengo sola o con alguno de mis hijos, en ocasiones me duelen mucho los riñones y tengo que quedarme en cama, pero prefirió salir», señala.
Actualmente sólo trabaja para ella, pues sus hijos ya se mantienen, sin embargo, cada mes debe comprar un frasco de insulina que le cuesta 800 pesos. Eso sin contar los antibióticos que debe adquirir para evitar infecciones oportunistas.
Guadalupe Beatriz es invidente por una accidente que sufrió a los 9 años de edad, logró estudiar hasta el primero de secundaria, y actualmente es madre de tres jóvenes. Antes de trabajar en los remolinos del Metro dependía de sus padres y esposo, de quien hoy está separada.
El secretario general de la citada asociación, Javier Amado Romualdo, consideró que sería maravilloso si los gobiernos del Distrito Federal y el Estado de México instrumentaran programas similares para la atención a personas con alguna discapacidad.
Y es que a nivel nacional las políticas en esta materia continúan siendo desiguales, pues mientras en el Distrito Federal existen alternativas para su autoempleo, en otras entidades es común encontrar personas invidentes solicitando limosna o trabajando en condiciones más adversas.
«Cuando nosotros comenzamos a vender los discos en los vagones, la gente nos decía que era mejor vender algo que sólo estirar la mano», señaló Amado.
Ruta del tiempo
1972
Fecha en la cual se detecta al primer comerciante invidente en los vagones del Metro.
2000
Crece el número de comerciantes invidentes en las estaciones del Metro.
2005
6 de julio
Se crea la Asociación Mexicana por el Trato Humano, Social, Material y Cultural de los Invidentes y Débiles Visuales.
2010
28 de enero
La asociación firma con el gobierno del Distrito Federal el acuerdo para el reordenamiento de vagoneros invidentes.
17 de mayo
Los comerciantes invidentes comienzan a trabajar en las llamadas «tarimas» del Metro.
Numeralia
Trabajadores invidentes del Metro:
Hombres: 80%
Mujeres: 20%
Edades: entre 30 y 60 años
Casados: 60%
Solteros: 40%
Fuente: Asociación Mexicana por el Trato Humano, Social, Material y Cultural de los Invidentes y Débiles Visuales.
El sueño de Atlacomulco
Alejandro Amado tiene un sueño. Volver a su natal Atlacomulco donde nació hace 31 años y ser comerciante a gran escala.
«Si allá existiera algo me iba de aquí, pero allá no hay nada, ni modo que me vaya a meter a un kiosco», dice mientras su palabras se borran ante el estruendo de los vagones en movimiento.
Su familia emigró al Distrito Federal desde que él comenzó a tener problemas con la vista, sus padres buscaron la forma de atenderlo y dejaron atrás el pueblo ubicado al norte del Estado de México.
El sueño de volver a su terruño se nutre de los recuerdos de la infancia, cuando su padre trabajaba para la familia del hoy Presidente Enrique Peña Nieto.
«Sus abuelos nada que ver, mi papá trabajo de peón», indica mientras le viene la memoria el trabajo en el campo, la vida apacible, los viajes a Toluca.
Dice que si tuviera enfrente a Peña le pediría un programa enfocado al trabajo, pero no asistencialista, sino donde los invidentes pudieran dirigir y operar grandes negocios como los supermercados.
Con 11 años trabajando en el Metro y estudios de bachillerato Amado no para de hablar, se autocalifica como «muy movido». Además de atender su «tarima» donde vende dulces, botanas y pan, es el encargado de coordinar la presentación de grupos artísticos de invidentes.
Hoy radica con sus padres en Tlalnepantla. Una tercera parte de su vida la ha pasado recorriendo los vagones y pasillos del Metro, armado de su bastón, luchando por mantenerse a flote, sobreviviendo como el mismo admite.
«Aquí ya no es vivir, sino sobrevivir», aclara cuando toma del hombro a quien lo entrevista para hacer un recorrido por las estaciones del Metro.
A nuestros flancos, enfrente y atrás las avalanchas de personas parecen evitar nuestro lento paso, la mayoría no regala ni una mirada, aunque otros buscan los ojos de quien dirige para constatar si son dos invidentes o sólo uno.
Nos adentramos en estaciones que no recorre frecuentemente Amado y por momentos nos perdemos. «¿Qué hay a la izquierda, a la derecha, enfrente, está el negocio de pizzas?, pregunta, mientras su inexperto guía trata de encontrar referencias que los ubiquen.
Amado sólo ríe. «Si a ti se te hace difícil, imagínate a nosotros cuando vamos a un lugar que no conocemos», expresa, mientras conserva la seguridad en el paso, ayudado por su bastón, que de avanzada detecta escaleras o desniveles.
Tras encontrar nuevamente la brújula reanudamos la marcha, donde quien dirige realmente es el originario de Atlacomulco, pues aunque continúa hablando no tiene problemas para detectar la estación exacta en la cual debemos subir y bajar del vagón.
«También vendó información», ironiza, pues es común que en su «tarima» las personas se detengan a preguntarle cómo llegar a tal o cual parte.
Tras una caminata de dos horas, que incluyó salir a la superficie para enfrentar los inexplorados vericuetos de un tianguis de la estación Tacuba, concluimos la marcha en Tacubaya, donde terminó de «encaminarnos», pues quien escribe toma el rumbo para Observatorio.
Él regresaría a Balderas, donde lo esperaba su puesto que encargó a su sobrino y el sueño constante de un día regresar a Atlacomulco.
La diaria competencia
Siendo corredor Gilberto Chávez encontró el camino para llegar a los laberintos del Metro.
En las pistas coincidió con integrantes de la asociación de invidentes y ahora tiene un puesto en la estación de Tacubaya, es de los más surtidos y vende hasta cocoles.
«Conocí a Pedro Ariel y él me invitó a trabajar, me enseñó, a veces la necesidad te obliga a buscar alternativas», expresa, al comentar que antes de perder la vista jugaba basquetbol y fútbol al nivel de alto rendimiento. Hoy es un persistente practicante del atletismo.
Vecino de la Delegación Azcapotzalco fue empleado de Talleres Gráficos de la Nación y de otras imprentas.
De 45 años de edad tiene 10 años en el Metro, primero en los vagones y ahora en las «tarimas». Hace 15 años una enfermedad le hizo cambiar la ruta de su vida.
«El deporte te motiva bastante, te facilita que te muevas, que no seas un estorbo y que puedas hacer las cosas, actualmente tengo dos hijos, una de 19 años y uno de 10», indica.
En otra pista José Basaldua, de 42 años, es de los invidentes que ha logrado concluir una carrera profesional.
Vive en el municipio de La Paz, está casado y tiene un hijo de 19 años. Es egresado de la carrera técnica profesional de masajes, que estudió en la Escuela Nacional para Ciegos.
Invidente desde los ocho años tras la caída de una azotea, el especialista comentó que en su infancia y adolescencia no salía mucho de su casa, pero posteriormente acudió a la citada escuela, donde encontró el camino para subsistir.
«Hay de todo, pero he tenido pacientes que comentan que han tenido problemas de años, vienen conmigo para recibir una terapia, y la mejora la notan al momento», explica al ser entrevistado en su consultorio.
Don Pablo Aguilar Hernández, de 57 años de edad, es vecino de la Delegación Gustavo A. Madero, también sabe competir y ganar, pues es un veterano jugador de fútbol.
Él trabajaba en imprentas hasta que comenzó a perder la vista por una retinosis pigmentaria.
Su insistencia en este oficio, combinado con el avance de la enfermedad, provocó que perdiera dos dedos al ser aplastados por la maquinaria de una imprenta, por lo cual optó por ayudarle a su esposa en un puesto de quesadillas y gorditas de chicharrón.
Hoy alcanza a distinguir sombras cuando mira de lado y de frente pierde toda la visión, pero tal panorama no le ha limitado para seguir jugando de defensa en un liga de fútbol para invidentes, además de atender su actual «tarima» desde hace cuatro años en la estación de Balderas.
«Sigo en pie por la simple razón de comer, ahorita también estoy en un programa de vivienda y eso también me motiva para conseguir un departamento», expresa.
Carlos Tejeda Navarro, de 51 años de edad, radica en la Delegación Venustiano Carranza.
Su familia comenzó el juego de la vida con una desventaja: por problemas genéticos fueron proclives desde la infancia a perder la visión; él no fue la excepción, sin embargo, siempre ha buscado cumplir sus metas.
Toda su vida productiva ha sido cantante y comerciante, lo cual le ha permitido mantener a sus tres hijos.
Su puesto también es de los más surtidos que pueden verse en las líneas del Metro, donde en días buenos gana diariamente alrededor de 300 pesos netos.